Observaba caer a los demás a su alrededor, sentía la muerte
impregnada en sus cuerpos, en el aire y en sus esperanzas. Y él seguía vivo, aunque
no para contarlo, tan sólo para atrasar su último aliento unos instantes más.
Pero no le importaba, hacía ya tiempo que nada tenía sentido. Había llegado
hasta allí en busca de paz y gloria, y justo cuando la vida se le escapaba sin que pudiera hacer nada para evitarlo, descubrió que la gloria era una quimera, una
falsa promesa que se disolvía tan rápido como sus sueños caían rotos en mil
pedazos.
Y allí estaba, arrodillado ante el campo de batalla,
esforzándose ya no en sobrevivir, sino en decidir si realmente merecía la pena
intentarlo. Si valía la pena derramar una sola lágrima más por una vida llena
de mentiras, de falsas esperanzas y de sentimientos de culpabilidad. No había
verdad en las promesas, ni recompensa en las batallas.
Quizás esa anhelada gloria llegara justo al final, cuando se
hace el silencio y todo se muestra más claro que nunca. Quizás desprenderse de ese
pasado de ilusiones infundadas y sentirse liberado para afrontar el final fuera
su verdadero objetivo. Tal vez después de todo estaba a un paso de alcanzar su
sueño, de concluir un cuento de héroes de papel, víctimas de la verdad y prisioneros
de sus propios deseos. Protagonistas de una historia nunca escrita, una triste historia
que sin embargo terminaba allí, consumida por la caída de una de tantas almas
sin destino.